Lu, Guada y Mati en la playa de Iquique.

Iniciar un negocio, ¿mientras trabajas o después de renunciar?

En los últimos meses me han preguntado varias veces: ¿es mejor iniciar un negocio mientras trabajas, o después de renunciar?

La versión breve de la respuesta es: emprender mientras trabajas es mucho mejor idea.

La versión más larga está a continuación. Incluye mi camino hasta esa respuesta (al comienzo pensaba que era una pésima idea), cuáles fueron los golpes que me ayudaron a despertar y las ventajas inesperadas que encontré en iniciar negocios a la par de un empleo.

Empecemos por la opción más común:

Renunciar primero, emprender después.

La verdad es que durante años pensé que esta era la mejor opción. Es lo que siempre escuché de mis padres, familiares y conocidos. De hecho, es lo que leí que los gurús del emprendedorismo habían hecho. Ningún libro sobre emprender empezaba con un emocionante período del autor trabajando a tiempo completo y dedicando horas extra a un negocio.

Me parecía lógico. Se supone que un negocio requiere tiempo y dinero, ¿verdad? ¿Cómo voy a conseguir el dinero sino es mediante un empleo? ¿Cómo se supone que alguien puede tener tiempo sin antes renunciar?

El paso a paso se veía bastante claro: ir a la Universidad, obtener un trabajo con el cual ganar dinero, ahorrar lo suficiente, invertirlo y renunciar.

Boom. Libertad. Caminatas en la playa con Lu. Tiempo para escribir lo que quisiera.

O al menos eso creía.

Esa es la mentalidad con que afronté esto de emprender desde los 17, que fue cuando escuché el término por primera vez. Era un wantrepreneur clásico, hablando de negocios con todas las personas sin nunca empezar uno. Tenía libretas llenas de ideas y estaba convencido de que para hacerlas realidad sólo se trataba de esperar a tener tiempo y dinero.

Recuerdo conversar con compañeros de trabajo o estudios sobre esto. Todos pensábamos igual, y eso nos convencía de que teníamos razón. “Trabajás 10 años, ahorrás U$1000 por mes y al final tenés U$120.000, lo invertís en inmuebles, los ponés en alquiler y te retirás”.

Yo no dejaba de imaginarme ese día. Estimaba que tendría 35 o 40 años para ese momento. Claro que tendría que continuar re-invirtiendo, pero dos apartamentos sonaban como un buen primer paso. Me permitirían pagar el colegio de los chicos y las cuotas de mi auto nuevo.

Ya estaba gastando alquileres que aún no ganaba.

Qué me pasó mientras trabajaba y esperaba.

Yo tenía mi plan: sueldo, ahorros, alquileres y caminata en la playa.

El problema era que había omitido ciertos “detalles”. Bah, detalles es una palabra suave. Más bien había omitido verdades:

Lo primero que descubrí es que no es tan fácil encontrar un trabajo que te permita ahorrar U$1.000 cada mes.

Este es un error común, pero asumo la responsabilidad. Calculé mi sueldo potencial pensando en el mejor caso posible, y no en el más probable. Pensé en el gerente de la empresa, no en las otras cien personas que entraron el mismo año y se mantienen veinte años en el mismo puesto.

Si alguna vez mencionaba este tipo de preocupaciones, siempre había un amigo o familiar para decirme: “Pero Matías, ¡tú eres tan capaz! ¡Seguro que llegarás a una mejor posición!”.

Los escuchaba y me convencía. Si las personas en general tenemos la capacidad de lograr lo que nos proponemos, esto no debía ser diferente. Me iba a tomar un par más de años llegar allí que lo que yo pensaba, pero seguía siendo posible.

El período para “llegar ahí” se alargaba. De trabajar diez años el plan se había convertido en trabajar diez años para luego trabajar diez años más ahorrando.

Este nuevo plan se basaba en que sería, entre cien, uno de los que llegarían a ganar los mejores sueldos. Para saber qué hacer, hacía falta observar a quienes ganaban esos sueldos ahora.

Ahí es donde me asusté y una nueva pregunta apareció en mi mente:

¿Valía la pena hacer lo necesario para llegar a ocupar ese empleo que “solucionaría” mis problemas y me permitiría tener un negocio propio?

Al observar a quienes iban diez o quince años por delante la imagen no era alentadora.

Me encontré con personas que llevaban trabajando más de 10 horas por día hace décadas.

Empecé a mirar con atención. Mis “modelos a seguir” estaban fuera de forma y agotados. Sentían tristeza y frustración por no haber pasado tiempo con sus hijos mientras crecían, o porque el estrés deterioraba sus relaciones de pareja.

Matías en 2011, frustrado y trabajando
Mi cara/look en 2011, ¿pueden ver la vida huyendo de mí?

Miraba a esas personas y me encontraba con que detrás del dinero que ganaban y lo grandioso de sus cargos no había nada. Estaban vacíos, y lo sabían. No tenían idea de qué hacer al respecto, y por eso seguían. Pensaban que era el único camino.

El motivo de estar vacíos venía de años de hacer tareas que no disfrutaban, lidiar con personas que les caían mal y traicionar sus principios. Si les preguntaba sobre esto recibía respuestas resignadas: “hay que hacer lo que hay que hacer”, o “de algo hay que vivir”.

Yo pensaba que pasar años no es lo mismo que vivir, pero no parecía que la frase fuera ayudar mucho. Me dí cuenta de que todos estábamos en la misma rueda. Ellos también aspiraban a ganar más dinero, ahorrarlo, invertirlo, ir a la playa y hacer lo que les guste.

Mi «plan» continuaba derrumbándose. Me costaba entender cómo personas que ya estaban “ahí” y que pasaban malos momentos no aprovechaban su posición.  Otra pregunta vino a acelerar el proceso:

Ahorrar más dinero antes de renunciar, ¿va a permitirme realmente tener negocios propios?

Yo me sentía en una celda trabajando. Ver a los que ganaban más era como ver a otro preso, que tiene la puerta abierta pero no sale. ¿Cómo podía ser que ganando más sus problemas no estuvieran resueltos?

Les pregunté, y la respuesta fue clara: “aún no es suficiente”.

Al comienzo pensaba que estaban locos. A veces tenemos ese defecto, ¿no? Pensamos que todos están equivocados. “Todos son anormales menos nosotros”, diría una tía.

Pero a medida que pasaba el tiempo, me dí cuenta de que yo era parte del mismo grupo. Mientras más ganaba, más gastaba. Era fácil encontrar un motivo, como premiarme por el esfuerzo.

A eso tuve que sumarle la molesta realidad de los imprevistos. Cada tanto surgen gastos que no previmos. Alguien de nuestra familia necesita ayuda. Surge un gasto médico inesperado. Te chocan el auto, roban el celular o se te cae la computadora.

Iba a renunciar cuando esas inversiones cubrieran mi estilo de vida, pero ese estilo de vida era cada vez más caro, y cada vez tenía más obligaciones de las que hacerme cargo. De repente hay personas que dependen de nosotros, y renunciar ya no se trata de tener dinero, sino más bien de asegurarnos una estabilidad financiera para nuestras familias.

Esa estabilidad no se logra con dinero, lamentablemente. El dinero es sólo un 20 o 30% del problema real.

Porque ahorrar dinero no implica saber en qué invertirlo o tener la habilidad de elegir bien un negocio. Para responder a estas preguntas necesitamos educarnos como empresarios y desarrollar muchas habilidades personales.

Frente a esto alguien podría decirme: “Es cuestión de ahorrar un poco más, para que esos ahorros también cubran el tiempo que te lleve aprender y te permitan pagar los servicios de un buen asesor financiero”.

Esos gastos adicionales implican más años trabajando. Ya no eran 20, sino 30. Con suerte, y siempre que no pase nada en el medio. Probablemente lo mejor sea esperar a que los chicos terminen la Universidad. O un poco más.

Emprender después de ahorrar para renunciar se convierte fácilmente en un círculo de nunca acabar

La verdad es que nunca llegué a un puesto que me permitiera ahorrar U$ 1.000 cada mes. Jamás llegué siquiera a U$ 500.

No me compré un apartamento para alquilar, tampoco. Y aún estoy en mi lucha por construir ingresos 100% pasivos.

Pero ya renuncié a mi trabajo. En abril de este año estuve caminando por la playa. Y el 90% de mis días los paso escribiendo. Ahora mismo estoy en la casa que elegimos con Lu, calentitos y cómodos mientras llueve, escribiendo esto. Lo escribo para Ustedes, que son las personas a las que sirvo y quiero ayudar. No he hablado personalmente con todos, claro, pero con los que he hablado me caen genial.

 Lu, Guada y Mati en la playa de Iquique.
Selfie en la playa con Guada y Lu :)

¿Qué fue lo que pasó?

En julio de 2013 estuve en un accidente de autos mientras viajaba. En los segundos que duró el accidente, y el tiempo después, sólo podía pensar en cuánto tiempo había dejado pasar haciendo cosas que no disfrutaba realmente. Cuánto estaba postergando lo realmente importante.

Mi “plan” no era un plan. Era una fantasía. Una excusa por la que no enfrentaba la realidad.

Empezar un negocio después de renunciar es el camino más seguro que encontré para evadirme a mi mismo, para no enfrentar la incomodidad.

Las últimas semanas he vuelto a pensar en el accidente casi a diario. Lo que le pasó a Scott se convirtió en un doloroso recuerdo de que nadie tiene una larga vida asegurada. Dejar las cosas para “después” puede significar que no llegue nunca el momento.

Si hubiera muerto en ese accidente, mis últimos años hubieran sido en una oficina, vestido para quedar bien, y forzando sonrisas para no pelearme con nadie. Mis recuerdos hubieran sido haciendo trabajo de automáta. Mis seres queridos sólo me recordarían de fugaces visitas los fines de semana, angustiado y estresado: “¡Cómo sufro los domingos! ¡se pasan tan rápido!”

Escribo siendo consciente de que un accidente similar podría sucederme hoy, o mañana. Pero ahora me siento distinto. Mi último año sería un reflejo de la vida que quiero vivir, no de la que debo. Mis seres queridos recordarían que los visito más seguido, y yo sabría que pasé tiempo escribiendo y compartiendo con personas geniales.

Ir descubriendo los defectos de mi plan y enfrentar que esperar a renunciar podía significar no terminar nunca me llevaron a una conclusión: necesito empezar un negocio mientras trabajo. No importa si es fácil o difícil. Si alguien más lo hizo, probablemente yo también pueda.

Por qué empezar un negocio mientras trabajas

El salto entre el accidente y hoy se produjo gracias a esa decisión. Empezar mientras trabajan es lo mejor que pueden hacer.

No sólo porque tienen mayores probabilidades de tener resultados. Tampoco sólo porque sea un paradigma anclado a la realidad y no a las fantasías.

Las ventajas de iniciar tu negocio mientras tienes un empleo son muchas:

Como emprendedor que trabaja, tu foco pasa a aprender, no ganar más.

Resulta que el dinero no es lo que realmente frena a quienes quieren emprender. La verdadera barrera entre los emprendedores y los soñadores está en sus habilidades, paradigmas y hábitos. Los emprendedores saben que no necesitan dinero para empezar, crecer y consolidarse. Las únicas personas que van a decirles que hace falta mucho capital para empezar son las que nunca emprendieron.

Decidirnos a emprender vuelve la responsabilidad a nuestra zona de control y nos deja una nueva pregunta: ¿cómo puedo empezar un negocio con los recursos que tengo actualmente?

Eso lleva a la pregunta que sigue: ¿qué es necesario para empezar un negocio?

Empezamos a investigar, poner en práctica y aprender. La simple decisión de empezar ahora, mientras trabajas, cambia tu posición frente al problema. El foco en aprender cambia cómo te sientes y vives cada día. Ya no dependes de llegar a alguna suma mágica de dinero.

Eso no quiere decir que no gastes en nada. Antes de renunciar yo gasté más de U$1.000 en formación y cursos. Pero lo que invertí entonces no es nada si lo comparo con lo que pensaba que necesitaba para arrancar y ver resultados. Ese es el poder de empezar a pensar en aprendizaje y acción: si accedemos a la información adecuada y la ponemos en práctica, los resultados vienen. No es necesario un capital gigante.

Construir un negocio a la par del empleo es una aventura, no un salto al vacío

El miedo a lo desconocido es una de las fuerzas que más influyen sobre las personas. Tememos porque sobre-dimensionamos lo conocido. Las emociones toman el control y nos paralizan.

Si yo esperaba a renunciar, iba a tener que superar ese monstruo antes de siquiera dar el primer paso emprendedor. Pero al no dar esos pasos, el temor se aumenta. No sé qué implica, entonces mis emociones se descontrolan. Renunciar se siente como un salto al vacío, una jugada de riesgo y una locura. Entonces no renuncio nunca, y nunca aprendo. Y así el círculo.

Cuando empezamos mientras trabajamos el escenario es distinto. Es una aventura, simplemente. Nuestro día a día está asegurado (el sueldo sigue ahí), y podemos ir viendo de qué va esto de emprender sin poner nuestra vida en riesgo. Nosotros y nuestra familia estamos a salvo.

Esa seguridad hace más fácil pasar a la acción. Si cuando pasamos a la acción lo hacemos en el marco adecuado, empezamos a ver resultados. Esos resultados nos entusiasman y dan claridad. Ahora que logramos el primer resultado, es cuestión de repetirlo. Sabemos qué funciona y qué no. Tenemos el control

El miedo a lo desconocido es como entrar a una habitación a oscuras, de noches. No vemos, entonces nuestra imaginación completa el escenario de la forma más aterradora posible. Emprender trabajando es prender una linterna en esa habitación: no veremos todo, ni está plenamente iluminada. Pero empezamos a dar unos primeros pasos, y nos damos cuenta de que no había nada aterrador después de todo.

Al emprender trabajando empiezas a ver oportunidades a tu alrededor.

Mientras esperaba a ganar más para renunciar, estaba en automático. Reaccionaba a lo que sucedía a mi alrededor, y hacía las cosas para cumplir. Era cuestión de hacerlo por suficiente tiempo, y eventualmente podría irme.

Después del “click” del accidente, y de aprender más sobre emprender, me dí cuenta de que mi trabajo estaba lleno de oportunidades. Podía encontrar allí ideas de negocio, entrar en contacto con potenciales aliados y desarrollar las habilidades que me faltaban.

Cuando decidí emprender mientras trabajaba, mi día a día pasó de ser algo gris a una una aventura. Iba motivado, con objetivos claros y era más productivo.

Cuando empiezas a ver el trabajo con ojos de emprendedor, descubres que no era cuestión de esperar a la oportunidad perfecta. Ya hay miles de oportunidades a tu alrededor.

Lu dando un taller sobre cómo emprender sin dinero
Hace un par de semanas, en un taller en la UNSa, trabajamos con estudiantes de Ingeniería de toda Argentina maneras de empezar negocios gigantes (como recicladoras o fábricas) sin dinero.

Renunciar no es un momento de sufrimiento, sino de alegría.

Incluso si alguna vez llegaba a ahorrar lo necesario, renunciar iba a ser un momento angustiante. Dejar atrás la estabilidad y seguridad de un sueldo cada mes para aventurarme a hacer algo desconocido. Incluso con dinero en el banco, uno se preocupa. Si fuera tan fácil, más personas lo harían, ¿no?

Cuando inicias tu negocio mientras trabajas (incluso a tiempo completo) el escenario es diferente.

Esa luz que encendiste y te animó a dar los primeros pasos te va guiando. Vas aprendiendo lo que tienes para aportar y viendo cuán simple realmente es emprender. Logras los primeros resultados, afinas, y te encuentras con más resultados todavía.

Casi ninguno de los emprendedores que conozco llegó a cubrir el 100% de su sueldo antes de renunciar. Pero todos tenían la certeza de que podían hacerlo. Ya habían encontrado una idea de negocio que se adecuaba a sus pasiones y talentos. Habían probado esa idea y encontrado un mercado dispuesto a pagar por los productos o servicios que implica. Al hacerlo, habían descubierto sus capacidades y visto nuevas posibilidades.

Eventualmente, una seguridad interna enciende la alarma: “Podríamos hacer esto a tiempo completo y vivir de ello, ¿no?”.

Cuando me acerqué a hablar con mi jefe (y a explicarle la decisión a mi familia) no me sentía un loco. Aunque ellos no compartieran la decisión, yo sabía que estaba apoyada en bases sólidas. Entendía mi negocio, mi rol en ello y lo que podía hacer con un día completo dedicado a eso.

Renunciar para probar suerte y ver qué hacemos es una mala idea.

Renunciar cuando sabes qué harás y ya has puesto a prueba tus ideas y capacidades es algo natural y alegre.

Lo mejor de iniciar un negocio mientras trabajas.

La mejor parte de iniciar un negocio mientras trabajas es que está completamente bajo tu control. No es necesario que todos los semáforos estén en verde. No hace falta que sea un escenario de riesgo cero o que la crisis económica pase. Puedes hacerlo sin dinero. No son necesarios contactos o estudios especializados. Alcanza con el tiempo que tienes actualmente (sí, incluso trabajando jornada completa).

Simplemente debes comprender qué implica emprender, y empezar a actuar.

PD: Me he pasado la mayor parte de este año estudiando sobre emprender mientras trabajas, reconstruyendo nuestra historia y entrevistando a otros emprendedores que lo lograron. En las próximas semanas intentaré profundizar el tema  y traerles algunas sorpresas. Hasta eso, me interesa muchísimo saber:

¿Qué ventajas y desventajas le ven a emprender mientras trabajan? ¿Qué obstáculos les harían pensar que es mejor hacerlo después de renunciar?

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