Ejercitar la lentitud para ser más libres (y avanzar más y mejor)

«La velocidad es una manera de no enfrentarse a lo que le pasa a tu
cuerpo y a tu mente, de evitar las preguntas importantes…
Viajamos constantemente por el carril rápido, cargados de emociones,
de adrenalina, de estímulos, y eso hace que no tengamos nunca el tiempo
y la tranquilidad que necesitamos para reflexionar y preguntarnos
qué es lo realmente importante»

Carl Honoré, en Elogio de la Lentitud*

 

El tiempo, ¡esa ambigua construcción social que nos genera tantas sensaciones! O, mejor dicho, a partir de la cual sentimos tantas cosas (digo esto porque no podemos echarle la culpa de hacernos algo, menos aún a un algo abstracto construido por nosotros mismos).

Pero la realidad es que el tiempo, materializado día a día en nuestro compañero el reloj, es un hecho social que hemos creado para controlar y organizar ciertos aspectos de la vida (como el trabajo y la productividad) y al cual hemos asignado cada vez más atribuciones o espacios (sobre todo en nuestro círculo de preocupación).

Lo investimos de carácter externo, depositario de nuestras frustraciones y ansiedades. Muchas veces lo concebimos como culpable de nuestro ritmo de vida, de nuestro estado de ánimo. Deseamos constantemente que no avance, o que avance más lento, o que marque más de 24hs.Y en esto en realidad lo que hicimos es construir un elemento aparentemente externo mediante el cual justificar y reproducir esa ansiedad por hacer, avanzar, apurarnos, pero despojándonos de toda posible responsabilidad.

En este contexto, miramos el reloj a cada instante y aceleramos nuestro ritmo de vida, acrecentamos nuestras actividades, y nuestra mente corre tan rápido que cuando estamos haciendo algo, ella ya se nos ha adelantado hasta lo próximo que tenemos que hacer.

A veces, hasta lo hacemos sin un sentido profundo o una razón consiente.

¿Alguien puede ser feliz si vive acelerado, nervioso, estresado y viviendo a medias cada instante?

¡No! No importa lo que hagamos concretamente, de ninguna forma podemos ser totalmente felices si nuestra mente no es libre. Y estar atados a algo mediante lo cual nos auto presionamos permanentemente, hasta en sueños, y por lo cual no disfrutamos con todo nuestro ser de cada instante de la vida significa que no somos libres.

Si no podemos levantar la mirada al cielo mientras caminamos por la ciudad, si no dedicamos pequeños momentos a respirar, a estar en silencio, recibir los rayos del sol sin pensar y simplemente sentir cómo su calidez llega a cada parte de nuestro cuerpo…

Si no podemos dedicar un instante a escuchar música y escucharla, descubriendo los pequeños sonidos de instrumentos que ni imaginábamos que eran utilizados y sólo escuchando realmente podemos identificarlos…

Si no podemos dedicar tiempo, atención y una parte de nuestro ser a compartir, a regalar una sonrisa, a escuchar y vincularnos con otros, y si priorizamos las cosas por sobre las personas¿Somos libres?

Es ya evidente que ni el tiempo ni el reloj son culpables de nada. Es ya claro que somos nosotros, cada uno, quienes, si queremos ser libres según la concepción de libertad que aquí sostengo, debemos simplemente serlo.

Sí, es difícil. Implica romper con muchas convenciones y estructuras que forman parte de nuestro ser. Pero también implica una lucha gratificante, un impulso por ser más, y hacer más en función de ese ser.

Implica, necesariamente, salir de nuestra zona de comodidad y explorar el universo de los instantes. No dejar atrás, sino complementar la rapidez y productividad que son útiles y beneficiosas en muchos aspectos y situaciones, con la capacidad de frenar, lentificar los pasos; no mirar el piso para ver donde pisamos sino levantar la mirada y admirar el mundo y sus pequeñas maravillas diarias.

Dejar de obsesionarnos por las baldosas que pisaremos, y mirar hacia el horizonte, a partir del cual elegiremos las baldosas correctas.

 

Ser libres implica elegir, decidir, y asumir la tarea de equilibrar la rapidez y la lentitud para correr menos y vivir más como queremos.

 

Quizá es simple. Sólo hace falta frenar (la mente) y disfrutar de cada segundo.

  • No mirar la hora permanentemente.
  • Enfocarnos en lo que estamos haciendo, y hacerlo lo mejor posible. No pensar en lo que vamos a hacer después.
  • Sentirnos bien con nuestro cuerpo.
  • Aceptarnos, aceptar que podemos estar incómodos, podemos estar nerviosos, podemos estar tristes. Aceptarlo, y avanzar. No frenarnos ahí.
  • Respirar.
  • Escuchar.
  • Sentir.
  • Cerrar los ojos o mirar a nuestro alrededor.
  • Disfrutar, cada sonido, cada sensación.

 

 

De repente, estamos más calmados, pausados, relajados y con más energías a su vez. Y con la firme decisión de disfrutar y aprovechar cada segundo, no tratando de exprimirlos, sino tratando de hacer lo mejor que podamos.

Así, las horas pasan en cámara lenta y todo es más satisfactorio.

La lentitud, mental y física, se traduce entonces en una lentitud circundante, que en definitiva termina siendo sinónimo de avance, disfrute, crecimiento…

La lentitud desde esta mirada, y desde mi humilde experiencia, no es quietud ni no-avance, sino que implica pasos lentos pero firmes y certeros; y paciencia para confiar en que un paso a la vez, llegaremos.

 

Practiquemos la lentitud. Veremos cómo cada momento se vuelve más intenso y vivimos más, cada segundo.

 

*Libro completamente recomendado, sobre el que escribiremos más proximamente ;)

Fotografía: M. Guadalupe Salom.