Hoy me presento hablando del fracaso. El fracaso es uno de esos temas acerca de los cuales no se escribe siempre. Existen, por otro lado, diferentes ideas acerca de qué es, por lo cual resulta menos tratado. Creo que lo primero que corresponde hacer entonces es dar una definición, de modo que se eviten las ambigüedades y se entienda lo que quiero decir. Lo que entiendo por fracaso es “la no obtención o cumplimiento de una meta planteada por uno mismo, para uno mismo”. En este sentido, quiero poner en claro que no me refiero a no cumplir con el “éxito socialmente planteado” ni con aspectos que se encuentren fuera de nosotros mismos.
El fracaso existe, esa cosa terrible y oscura que acecha en cada decisión. Esta lección aparentemente obvia me llegó de un modo duro.
Dos o tres años atrás, una persona por quién yo sentía mucho cariño se encontró en una encrucijada. Años de no cuidarse y una enfermedad subsecuente lo habían dejado postrado en una silla de ruedas, disminuyendo mucho su capacidad de moverse solo. Esta persona, de unos 65 años, tenía todas las posibilidades de recuperarse según los médicos siempre que hiciera su kinesiología, cumpliera sus ejercicios y prescripciones diarias. Ciertamente estas tareas no implicaban nada que pudiera tomarle más de tres horas al día, pero sí esfuerzo: el esfuerzo que requiere triunfar.
Como yo sentía mucho cariño por esta persona le propuse un plan. Le dije que yo me comprometería a llamarlo seguido y a hacerle un acompañamiento, para que me cuente cómo mejoraba y que no se sintiera solo. Traté de trabajar también su visión, charlamos y le pregunté qué le gustaría estar haciendo dentro de dos o tres años. Me dijo confiado que me iba a invitar para que salgamos a caminar juntos por ahí, como unos años atrás.
Teníamos una motivación, teníamos un cómo conseguirlo (en ese momento eran grandes las posibilidades de que si empezaba con sus ejercicios, iba a poder alcanzar sus objetivos) y sólo hacía falta hacerlo.
Aquí sería muy bueno contarles sobre la recuperación de esta persona que me era querida, pero estaría mintiendo. Dos años después tuve que participar de un velorio en el que, en realidad, me despedía de algo en mi interior.
Después de esa vez que hablamos empezó a hacer sus ejercicios, duro una o dos semanas y empezó a dejarlo. Yo cumplí con llamarlo (él vivía en otra provincia), pero había veces que decidía no atenderme, a veces atendía y me pedía perdón, otras lloraba. Pasó el tiempo y cada vez me atendía menos o lloraba más. El tiempo pasaba y la situación empeoraba.
En muchos sentidos el éxito (o el fracaso) es predecible, sólo que no queremos verlo porque nos llama a esforzarnos todos los días y cambiar.
El objetivo podría haberse cumplido, pero no… algo falló. ¿Qué falló? No es lo que quiero analizar ahora. El punto es que ese velorio significaba el fracaso para mí, un fracaso gris y lluvioso. Significaba una despedida.
Muchas veces enfrentamos el día a día como si siempre fuera a haber un mañana. Como si siempre a último momento fuera posible solucionar lo que fuimos generando con nuestras acciones del día a día. Tenemos que empezar hoy, pero «hoy está lindo para hacer otra cosa»; pero «hoy no tengo ganas».
El tiempo pasa, y si no somos responsables con nuestros hábitos, puede llegar un momento en el que miremos a nuestro alrededor y no estemos donde queremos estar.
El fracaso existe, pero no estamos determinados a su voluntad.