¿Cuándo decir que no?
Esta es una pregunta central para ser productivos y hacer realidad nuestras metas. Después de todo, tenemos una cantidad limitada de días en la vida, y esos días tienen una cantidad limitada de horas.
Decirle que sí a algo implica decirle que no a otras cosas. Si no sabemos decir que no a lo que viene de afuera, nunca tendremos espacio para hacer realidad los objetivos que llevamos dentro.
Mi experiencia diciendo que no
Decir que no es un tema que me cuesta, e intento ejercitarlo a diario.
Hace un par de días, de hecho, un amigo me envío un mensaje por Whatsapp que decía: “Me gusta tu sinceridad y tu capacidad para decir que no”.
Me dio gracia recibir el mensaje en medio de una semana en la que me sentía completamente fuera de control. Estaba trabajando en el lanzamiento de la 2a edición de Cómo Iniciar Un Negocio Mientras Trabajas, avanzando con más de ocho mentoreos, dando clases como profesor invitado en la Universidad, preparando una conferencia para el 16 de abril y colaborando para armar el Ecosistema Emprendedor de Salta.
Sin embargo, ese mensaje me hizo reflexionar.
Si bien mi semana estaba llena (y esta semana que inicia será igual), me di cuenta de que todas esas actividades me encantan; que admiro y respeto a las personas con las que trabajo a diario, en cada uno de esos lugares; que no hay nada en esa agenda repleta que no haya elegido consciente, y que no disfrute mientras lo hago.
Recordé también que hubo un momento en que las cosas no eran así: mi día estaba lleno de actividades, pero que me desgastaban. No es que me fuera mal. Simplemente aceptaba las invitaciones de otros aunque no fueran ideales para mí, y terminaba soñando con tener tiempo libre y espacio para mis proyectos.
El primer síntoma de que necesitamos decir que no más seguido es la sensación de que “no tenemos tiempo para nuestras cosas”. Todo lo que hacemos deberían ser cosas nuestras. Si no, no deberían estar en la agenda.
Después de todo, para llegar a una semana como la pasada tuve que decir que no varias veces:
- No al trabajo que tenía como abogado (y otras ofertas que me llegaron después).
- No al puesto que tenía en la Comisión de Derecho Procesal del Colegio de Abogados.
- No a la oferta de ser Profesor Permanente en la Universidad.
- No a integrar una Comisión de Investigación.
- No a ser parte de un multinivel que estaba llegando por primera vez a la ciudad.
Cada uno de esos NO me costaron. Me costó decirlos, y sobretodo tomar la decisión. Sentí miedo, dudé y di varias vueltas antes de hacerlo.
Al mismo tiempo, estos no grandes van siempre acompañados por otros tantos cotidianos. Decidir quedarte a trabajar en tu proyecto un viernes por la noche, por ejemplo. El minimalismo es, en si mismo, un ejercicio de decir que no a diario.
Todos esos NO me permitieron decirle que SÍ a otras cosas; por ejemplo, hacer cursos para empezar mi negocio, trabajar con mentores, o crear productos.
Realizar una idea requiere foco y tiempo. Nunca los tendremos sin decir que no, pero nos cuesta. Tenemos miedo a perdernos de algo, o a arrepentirnos más adelante.
El poder de decir que no
Hace un par de meses trabajé con una emprendedora en un mentoreo. La ayudé a organizarse, y llegamos a la conclusión de que todos sus problemas se reducían a uno: decir que sí a todo. Llevaba años intentando terminar proyectos personales y de negocios, atrapada en todas las “oportunidades” que surgían.
Cuando empezó a decir que no, su potencial se desató. En menos de tres meses ordenó sus proyectos personales, re-activó los proyectos que la apasionan y se metió de lleno en un negocio que ya va por su 4° local.
Cuando eres una persona capaz, activa y con iniciativa, los demás quieren trabajar contigo. Si eres agradable, quieren pasar tiempo contigo. Mientras más capaz y agradable seas, más personas te llamarán para invitarte a lugares, salidas, trabajos y negocios.
Si no aprendes a decir que no, tus talentos se convertirán en un problema, y dejarán de estar a tu servicio.
Hay una idea de Jim Collins que me sirve siempre que me siento en aprietos para decir que no: el hecho de que algo sea una oportunidad única en tu vida es un hecho, no una razón.
Peter Drucker tiene una parecida, que dice: “El hecho de que algo sea una oportunidad en tu vida, no es una razón suficiente para actuar”.
Si hacemos un buen trabajo y aportamos valor, SIEMPRE aparecerán nuevas oportunidades.
Entonces, ¿cómo decidimos cuándo decir que sí y cuándo decir que no?
3 criterios para saber cuándo decir que no
Hay tres puntos que atravieso para tomar una decisión de este tipo. Seguramente les queda mucho por mejorar (se aceptan sugerencias), pero hasta ahora me han servido y traído buenos resultados:
#1. ¿Cómo se conecta con nuestra Misión y Visión?
Nada que esté desconectado de nuestra Misión y de nuestra Visión debería estar en nuestra agenda semanal. Ni el 1%.
Esto no quiere decir que todas las cosas en la agenda tengan que ser la viva representación del Collage, la imagen o del texto con que creamos nuestra misión. Algunas veces las tareas son un paso necesario para poder avanzar hacia donde queremos estar.
Ir a la Agencia Fiscal a hacer trámites, por ejemplo, no está en la Misión de casi nadie que conozca, y sin embargo todos necesitamos hacerlo en algún momento si queremos convertir lo que nos apasiona en un negocio.
Analizar cada actividad y cada evento bajo la luz de los más grandes objetivos que tenemos tiene que mostrarnos con claridad por qué están ahí, y eso cambia cómo los vivimos y cómo lo sentimos. La fila en la Agencia Fiscal se sentirá muy distinto si estamos “renegando” por hacerla a si la vemos como un aprendizaje en nuestro camino emprendedor.
Esta segunda actitud también nos llevará a preguntarnos qué más podemos aprender en esa situación, y le sacaremos el jugo. Tal vez encontraremos nuevos amigos en la fila, escucharemos un podcast o la aprovecharemos para leer un poco (mi favorita).
Ahora bien, si algo está en nuestra agenda (o nos invitan) y no tiene conexión con nuestra Misión, la respuesta es fácil: No. Lo mismo se aplica sea que nos frene, sea que nos lleve hacia atrás o incluso si nos hace avanzar hacia objetivos que no son los nuestros.
Ese es el primer criterio para decidir cuándo decir que sí y cuándo decir que no. También es el más importante. Sin embargo, hay veces en que vamos a dudar sobre si algo encaja o no en la Misión, y para eso están los tres siguientes.
#2. ¿Lo hago sólo por el dinero?
Los efectos que tiene el dinero sobre nuestra mente son increíbles, y están probadísimos. Nuestras emociones y nuestras decisiones están muy afectadas por el temor a perderlo y por la perspectiva de ganarlo.
Se supone que el dinero es una medida objetiva de las cosas, pero el efecto que tiene sobre nosotros es tremendamente subjetivo. Dispara viejos guiones familiares y viejos temores culturales. Los efectos de eso hacen que la supuesta medida objetiva deje de serlo.
Así que mi política es no hacer algo (o dejar de hacerlo) si el dinero es el único motivo detrás de esa decisión.
El problema aquí es que si bien el dinero es un motivante muy fuerte para hacer o no hacer algo, pierde rápidamente su efecto. Al poco tiempo de iniciar un trabajo sólo por dinero empieza a pesarnos. Al poco tiempo de no comprar un libro, un curso o un viaje sólo por dinero empieza a pesarnos.
Salvo que la decisión implique endeudarme, siempre intento ver las invitaciones y los eventos bajo una lupa “sin dinero de por medio”. Y de repente las cosas se vuelven más claras.
Y lo más gracioso es que casi siempre esas decisiones terminan redundando en más ganancias.
Si hubiera decidido trabajar como abogado el resto de mi vida, hubiera sido sólo por el dinero. No había nada más allí para mí. Ya había aprendido mucho a nivel personal del ejercicio de la profesión, y había aprovechado mi trabajo para darle forma a la versión inicial de Superhábitos. Ya no tenía dudas de que era algo que me gustaba, de que había personas a las que les servía y que era rentable.
Pero no era claro que fuera MÁS rentable que seguir ejerciendo la profesión.
En ese momento mi “sentido dinerario” me gritaba que siga en el mismo camino. Que allí había más plata. Que podía comprarme un coche y una casa. Que los trajes quedan muy bien,
Pero no había nada más.
El otro camino, aunque más incierto, estaba lleno de cosas para mí: personas a las que quería conocer, tareas que me llenaban a nivel personal, desafíos y aprendizajes que quería enfrentar.
Lo mejor de todo es que elegir un camino porque nos apasiona nos lleva a hacer un mejor trabajo, a trabajar más duro y aprender con facilidad. Como estamos conectados, otros pueden sentirlo y nuestros talentos traen más frutos.
No poner el dinero de por medio fue la forma más simple de encontrar el camino correcto y callar el ruido en mi cabeza.
El mismo criterio me ayudó a decidir el último mes a rechazar las oportunidades en la Universidad (que eran pagas) y aceptar colaborar en la formación del Ecosistema Emprendedor en Salta (aunque lo hagamos gratis).
En el primer caso, el dinero es lo único que había para mí. No quería volver a ser parte de un sistema burocrático, ni estar limitado en horarios o sobre qué puedo decir. En el segundo, sé que voy a aprender muchísimo, tener la oportunidad de ayudar a mi Comunidad a crecer e interactuar con los mayores emprendedores en mi Provincia. Eso sólo alcanza, y seguramente en el futuro traerá mejores resultados.
Pequeña nota: Esto no quiere decir saltar al vacío y arrastrar con nosotros a nuestras familias. Si no podemos cubrir nuestras necesidades mínimas, el dinero es una consideración importante. Para la mayoría de las personas, sin embargo, pronto esa cantidad de dinero “mínima” empieza a aumentar, y la perspectiva de ganar más y más se convierte en una zanahoria frente a su nariz.
La zanahoria la ponen otros, claro, y están felices de vernos corriendo.
Un trabajo que nos permite cubrir los gastos mientras aprendemos a emprender o validamos nuestro negocio para mí entra en el apartado #1, como una actividad accesoria necesaria para emprender. Una vez que cruzamos esa barrera, sin embargo, lo mejor es sacar el factor dinero de por medio.
Lo cual nos lleva a otra pregunta: ¿cuál es el factor #3 a tener en cuenta en estas decisiones?
#3. Qué te llevarás de esto para el resto de tu vida.
El tema aquí es que muchas veces una actividad (o una invitación) no se trata sobre sí misma, sino sobre las circunstancias y los detalles que implica.
Cuando sacamos el dinero de por medio, y pensamos en otros motivos que nos pueden llevar a decidir algo, hay cosas a las que estar atentos. Cosas que si están presentes deben empujarnos a decir que sí (y cuya ausencia es un NO automático):
A. Personas
¿Estar en este proyecto, este trabajo, o este evento te permitirá conocer a personas interesantes? Esto incluye mentores, posibles compañeros de aventuras o personas a las que admires.
Si recordamos la frase de Jim Rohn: “Eres la media de las cinco personas con las que pasas más tiempo”, este punto se explica solo.
Detrás de cada salto en nuestras vidas han habido mentores y modelos que nos mostraron lo que era posible. Eso es cierto para nosotros en Superhábitos, y seguramente es cierto para ti también. Las personas que nos rodean también influyen en nuestros miedos o nuestro estancamiento.
B. Aprendizajes
¿Aprenderé algo en este proyecto? ¿Qué?
Aprender es una de las partes más importantes del crecimiento personal. Sin embargo, aprender en la teoría es muy diferente de aprender en la práctica. Leer un libro es diferente a hacer, o ver hacer. Por eso se admira tanto a las personas que tienen experiencia, y se respetan los consejos de quien hizo por encima de quien sólo lee.
Si un proyecto me permitirá hacer (y aprender) cosas que hasta ahora sólo he leído, o que sé que debería aprender, entonces me anoto. Si un proyecto no traerá aprendizajes, entonces tiene un punto menos.
C. Desafíos: ¿esto me resulta cómodo?
Un último punto a tener en cuenta es nuestra comodidad.
El proyecto, la actividad o la idea, ¿queda dentro o fuera de nuestra zona de comodidad?
Cuando algo nos resulta cómodo, nos genera tendencia a eso. Es seguro, y sabemos que podremos resolverlo. Eso para mí es una mala señal, porque significa que no estoy creciendo, sino que simplemente me mantengo en lo conocido.
Por otro lado, lo incómodo es una señal de aprendizaje. De que estamos desarrollándonos, y esa es la garantía #1 para saber que estaremos más lejos (y mejor financieramente) en un año. Exponernos a la incomodidad nos lleva a volvernos independientes y capaces de resolver problemas.
Si el dinero es el único motivo para hacer algo, no lo hago. Si la incomodidad es el único motivo para no hacer algo, lo hago.
¿Cómo decides tú cuándo decir que no?
Estos elementos puestos en juego son la mejor base para decidir cuándo decir que no. No sólo son una buena base para tomar decisiones, sino que también son un seguro para tus semanas futuras. Si decides así, sabes que no te pasará de encontrarte una semana en plena actividad en la que te preguntes: ¡¿Por qué me metí en esto?!
Lo que te pasará, en cambio, es encontrarte en medio de una semana agitada y poder frenar pensando: ¡qué bueno que me metí en todo esto!
Y eso no tiene precio.
Ahora me gustaría saber,
¿cómo toman decisiones Uds.? ¿También les cuesta decir que no?
¡Espero que tengan todos un lindo día!
Y que sea por una semana llena de aventuras,
Mati.